“Lo hizo de corazón”, “me habló
con el corazón en la mano”, “de corazón a corazón”, “te lo digo de corazón”,
“escucha a tu corazón”, “el corazón nunca se equivoca”...
¿Simples frases hechas? Pues
según recientes publicaciones científicas de prestigio, parece ser que no
(véase como ejemplo este
artículo
del periódico La Vanguardia). Según estas publicaciones, el corazón
humano posee unas cuarenta mil neuronas, con sus circuitos neuronales
incluidos, funcionando a pleno rendimiento independientemente del cerebro-mente,
aunque interconectados, como todo en nuestro cuerpo. Podrían parecer pocas
neuronas si las comparamos con los millones de ellas que posee el cerebro de la
cabeza, pero si tenemos en cuenta que este cerebro-corazón no necesita recordar
el pasado, ni imaginar ningún futuro, ni hacer elucubraciones extrañas, ni
especular con la información, ni recurrir a creencias de todo tipo, ni nada por
el estilo, ni tan siquiera pensar, resulta que son más que suficientes para su
propósito.

Al igual que el cerebro-mente se
comunica con el exterior a través de los sentidos (lo que podríamos llamar el
cuerpo físico) y trabaja con la información que recibe de éstos, el
cerebro-corazón recibe la información que requiere a través de las emociones
(cuerpo emocional). Este simple hecho hace que el cerebro-corazón aventaje
sustancialmente en fiabilidad y efectividad a su homólogo superior, ya que está
demostrado ampliamente que al cerebro-mente tan sólo le llega un cincuenta por
ciento aproximadamente de lo que existe fuera de él, en el exterior, y que el
resto lo recompone él solito utilizando sus recuerdos, expectativas, creencias,
hábitos, pensamientos, etc.; es decir, que para el cerebro-mente, todo es
relativo, de ahí la evidencia de que cada cual percibimos una realidad
diferente, existiendo tantos mundos como personas vivimos en él.
Con las emociones no ocurre lo mismo: éstas son las
que son, nos gusten o no, y habitan en nosotros de manera inconsciente para el
cerebro-mente, invisible para él en la mayoría de las ocasiones, pero
inevitables. El cerebro-corazón nos proporciona las respuestas justas y
necesarias que necesitamos en cada momento según estemos sintiendo esto o lo
otro. ¿Cuál es el problema? Que con el tiempo, a medida que vamos creciendo,
vamos perdiendo el saludable hábito de escucharlo, dejando prácticamente la
totalidad de nuestras funciones en manos del cerebro-mente, con todas sus
limitaciones y prejuicios. Es innegable que el cerebro-mente tiene una utilidad
práctica muy necesaria e insustituible; sin él nunca podríamos haber llegado al
nivel evolutivo en el que nos encontramos. Pero eso no quita para que
aprendamos a darle su lugar como herramienta útil en determinados casos, en vez
de dejarlo, como solemos hacer, como motor de todas nuestras actividades,
decisiones y propósitos en la vida. El cerebro-mente es el responsable de que
actuemos en contra de nuestros auténticos sentimientos, el que nos dice “qué dirán”, “qué
pensarán”, “a ver si se molestan”,
“es lo que hay”, “no podré”, “esto no me pega”, “ya lo haré más adelante”, “seguro
que no funcionará”, “nadie lo
entenderá”, “voy a hacer el ridículo”
y un largo etcétera de excusas y más excusas con las que nos auto-convencemos y
auto-obligamos a hacer o no hacer justamente lo contrario de lo que realmente
nos apetece en cada momento y en cada situación. En resumen, el cerebro-mente
suele impedirnos ser quienes realmente Somos.
Por el contrario, el cerebro-corazón siempre
nos impulsará a hacer lo debido, lo correcto para nuestro auténtico Ser, guste
o no guste, pegue o no pegue, moleste a quien moleste, aunque no siempre sea lo
esperado, ni deseado, ni tan siquiera por uno mismo, pero sí lo que en ese
momento concreto necesitamos para encontrarnos en paz, en armonía, con nuestra
propia naturaleza, ya sea pegar un grito de alegría, llorar amargamente,
abandonar un lugar, dejar a determinadas personas, decir no, llamar a alguien,
cambiar de trabajo, de actividad, de país, o lo que sea que sintamos en ese
momento concreto. Si hemos olvidado cómo hacerlo, cualquier niño puede
refrescarnos la memoria; ellos, al igual que nosotros cuando lo fuimos, saben
mejor que nadie actuar según les dicte el corazón: lloran cuando tienen que
llorar y ríen cuando tienen que reír, pueden cambiar de actitud en cuestión de
segundos, sin recordar para nada lo que estaban haciendo unos minutos atrás.
Sus mentes están libres de prejuicios, expectativas, planes de futuro, ni nada
por el estilo que los bloquee ni les impida expresarse con entera libertad
según sientan en cada momento.

Evidentemente ya no somos niños,
supuestamente tenemos más madurez, más sabiduría, más experiencias acumuladas,
y todo este bagaje debería poder facilitarnos mejores respuestas ante cualquier
situación. En cambio, continuamos sufriendo, enfermando, sin estar en paz,
buscando soluciones dios sabe dónde... Pero seguro que todos conocemos a
personas que parecen encontrarse en todo momento en un estado de relajación,
pase lo que pase, que están en paz consigo mismos y con el resto del mundo. Y
seguro que todos nos hemos dado cuenta de que suelen ser personas muy
sensibles, personas que suelen obedecer siempre a sus intuiciones... es decir,
que “
escuchan a su corazón”. En el
artículo citado arriba se exponen con claridad las distintas maneras con las
que el cerebro-corazón se comunica, no sólo con el resto del cuerpo, sino
también con todo lo que le rodea. Como viene ocurriendo con otros muchos
campos, al fin parece que la ciencia empieza a acercarnos a todo ese
conocimiento ancestral que tantísimos seres humanos a lo largo de la historia,
y en el presente, han intentado demostrar de manera más intuitiva que empírica,
no por ello menos valorable, por lo que se ve.
La conexión entre nuestro corazón
y nuestra mente es posible y necesaria, ambos deben funcionar de manera
conjunta y sin interferencias; a mi parecer, este aprendizaje, o
re-aprendizaje, es de vital importancia para todo aquel que desee de verdad mejorar
sustancialmente su calidad de vida y llegar a ser quien realmente Es.
Os lo digo de corazón.