viernes, 30 de julio de 2010

Libertad


Una de mis últimas entradas, la titulada “El Esclavo” y, sobretodo, los comentarios que suscitó, me hicieron pensar mucho acerca de lo que llamamos “libertad” y el concepto que cada uno tenemos sobre ella. Intentar definir esta palabra es tarea ardua difícil, ya que es un término muy personal e íntimo. Cada cual tiene el umbral de su libertad a diferente altura.

Es evidente que todos tenemos que ganarnos la vida de alguna manera, mantener una familia, alimentarnos, cobijarnos bajo un techo... en definitiva, vivir. Todo esto es costoso, ya se haga en medio de la naturaleza recolectando fruta, cazando animales salvajes y fabricándonos una choza o acudiendo a diario a una oficina durante ocho horas a cambio de un sueldo. Ambos métodos pueden ser perfectamente válidos y tan dignos y respetables tanto el uno como el otro. Por consiguiente, no creo que hablar de libertad sea hablar de la forma en la que cada cual se gana la vida.

Y entonces, ¿en qué consiste la libertad?, ¿qué persona se puede considerar más libre? Quizás la libertad radique en la capacidad de elección de cada uno de ellos. Josep Lluís mencionaba la siguiente cita de Forges:

“Soy libre...

... puedo elegir el banco que me exprima; la cadena de televisión que me embrutezca; la petrolera que me esquilme; la comida que me envenene; la red telefónica que me time; el informador que me desinforme; y la opción política que me desilusione.”

Suena bastante deprimente, pero a mi entender, Forges, con su habitual ironía, no iba mal encaminado. Tenemos capacidad de elección, por tanto, somos libres. Si en vez de vivir en una sociedad civilizada y democrática, viviésemos en medio del campo a expensas de los elementos, no tendríamos bancos que nos exprimiesen ni televisiones que nos embruteciesen, pero nuestra supervivencia y felicidad seguiría dependiendo de otros factores también ajenos a nuestra voluntad, como pueden serlo las condiciones medioambientales, la variedad vegetal y animal del hábitat, nuestras habilidades naturales, nuestra salud, etc. Es decir, todo es muy relativo.

Pero si es así, ¿por qué nos sentimos tan maniatados y esclavizados de todo lo que nos rodea? A mi parecer, puede que esto se deba a que no utilicemos esta capacidad de elección que tenemos debidamente, o sea, que la mayoría de la gente es incapaz de elegir lo que en verdad le conviene de entre toda la oferta que se le ofrece. Por ejemplo, es cierto que la televisión puede embrutecer, pero también es verdad que existen algunos programas de calidad que nos enseñan algo positivo; o, a unas malas, nadie nos obliga a tenerla encendida. También con los bancos tenemos una amplia gama donde escoger, y a los que poder exigir; siempre habrá algunos menos malos. Y lo mismo se podría decir de todo. Sólo es cuestión de conocer todas las ofertas que tenemos a nuestro alcance y elegir la que mejor se adecue a nuestras necesidades. Evidentemente siempre habrá unos límites insuperables, pero como ya hemos dicho, esos límites existirán en cualquier situación en la que nos encontremos. Son los límites que establecen las circunstancias.

Por lo expuesto, pienso que seremos más libres cuanto más opciones tengamos a nuestra disposición donde elegir. Pero no sólo eso, también es esencial el conocerlas todas a fondo y el poder decantarnos libremente por la que queramos, cosa que habitualmente no ocurre. Lo normal es que nos fiemos ciegamente de lo que nos vendan otros, atendiendo a sus necesidades particulares que nada tendrán que ver con las nuestras. O que nos dejemos llevar confiadamente por las corrientes impuestas también por otros, sin pensar siquiera en otras posibilidades que también existen y que podrían ser mejores y estar a nuestro alcance si nos preocupásemos por conocerlas. Sin este conocimiento, nuestra libertad se verá sensiblemente mermada, además de manipulada. Y estos otros a los que hago referencia no tienen porqué ser siempre extraños, pueden ser perfectamente personas de nuestro entorno, como padres, hermanos, vecinos, pareja sentimental, hijos, etc.

Resumiendo, se podría decir que será más libre la persona que disponga de más opciones donde elegir, mejor conocimiento tenga sobre cada una de ellas y, por supuesto, menor coacción sufra a la hora de optar por la que desee. Y esto es algo que se podría aplicar a todos los ámbitos de la vida: trabajo, amigos, lugar donde vivir, creencias religiosas, aficiones, ocio, etc.

Pero hasta ahora no se ha dicho nada sobre la libertad de pensamiento tan comentada en la entrada anterior mencionada. ¿Cómo podría influir un pensamiento libre en todo lo expuesto anteriormente? Recordarán que también yo mencionaba la posibilidad de ser más libres encerrados en una prisión que viviendo en libertad y rodeados de toda clase de lujos y placeres; ¿cómo puede ser esto posible?

Intentaré explicarme, aunque no es fácil. La sensación de libertad está íntimamente asociada con las necesidades de cada uno, de ahí que sea algo tan personal. Pondré un ejemplo sencillo: si yo necesito un automóvil, me sentiré más libre conforme más modelos tenga donde elegir, mejor los conozca y mayor sea mi capacidad para poder comprarme el que desee. Pero quizás me sienta aún más libre si resulta que me doy cuenta de que en verdad no necesito ningún automóvil; entonces no tendré la necesidad de buscar distintas ofertas, informarme sobre cada una de ellas, ni de dinero para comprar el que quiera. Lo mismo se podría deducir sobre cualquier otra necesidad que tengamos, o creamos tener. Es decir, a menor número de necesidades y deseos, mayor libertad.

Es esta última idea la más difícil de llevar a la práctica, debido a la sociedad tan consumista y meritocrática donde vivimos, y donde nos obligan desde nuestra niñez a desear más y más cosas de todo tipo, y aumentando desaforadamente esta pasión consumidora conforme vamos creciendo y vamos acomodándonos sin percatarnos de ello a esa idea equivocada y tan extendida del “tanto tienes, tanto vales”, y que sólo termina conduciéndonos de cabeza al pozo sin fondo de la esclavitud y la desdicha. Esta idea, no sólo es aplicable a las necesidades materiales, sino también a aquellas otras necesidades sociales y anímicas que todos tenemos, el deseo de ser amados, queridos por otros, la necesidad de sentirnos integrados, tener éxito o ser respetados por los demás.

Pero aún se me ocurre otra de las grandes lacras que no hacen más que mermar nuestra limitada libertad: el miedo injustificado. Miedo a perder el trabajo, la pareja, a no conseguir nuestros objetivos estipulados, a no ser aceptados por la sociedad, a parecer extraño, a sentirnos vigilados, a padecer alguna enfermedad grave, al futuro incierto, a la soledad, al olvido, a la muerte.... y un largo etcétera. Cada uno de estos miedos lo único que consiguen es paralizar nuestras mentes y sumergirnos es un estado de continua alerta y estrés mortificante. En pocas palabra, nos impiden actuar con libertad. De nada nos sirve el disponer de todo y tener todas las posibilidades de obtener lo que queramos si continuamente estamos asustados por el qué dirán o el qué pasará. Simplemente, el miedo evitará que utilicemos nuestra libertad debidamente, siendo él el que gobierne directamente nuestros actos y, por tanto, nuestras vidas.

La única forma que se me ocurre de evitar este sentimiento pernicioso y de poder llevar a la práctica el desapego mencionado anteriormente, es con una educación adecuada, donde se nos enseñe de verdad a pensar por nosotros mismos, apartados de modas y corrientes actuales, que evite que entremos, o si ya lo hemos hecho, que nos permita salir de esa fosa oscura a la que nos lleva sin remedio la insensatez y la ignorancia, y que sólo puede tener un final: el sufrimiento.




viernes, 23 de julio de 2010

Esclavos

 Tiempo atrás, el esclavo era azotado, humillado y tratado como la peor de las escorias existentes. Transcurrían sus días junto a los perros, su vida valía menos que nada, su única ilusión consistía en sufrir lo menos posible; su mayor anhelo, una muerte apacible. No poseía bienes, el tiempo no le pertenecía, el respeto le era desconocido y el mejor de los dones que podía recibir era un trato apacible. Su condición le era impuesta a la fuerza, por herencia o por la mala suerte de pertenecer al bando perdedor; en nada contribuían sus dotes para las letras, la ciencia, las armas, la política o cualquier otro tipo de saber. La única habilidad que se le exigía era la perfecta sumisión y la disposición inalterable para el duro trabajo. Tal era la vida del esclavo, y nadie se cuestionaba su existencia y utilidad. Eran indiscutiblemente necesarios para el buen desarrollo de cualquier nación, ¿quién si no iba a trabajar en el campo, recoger las cosechas, servir a los señores, arriesgar sus vidas en interminables construcciones descomunales, extraer los minerales necesarios...?

Por entonces no existía duda alguna sobre la posición de cada cual. Mientras el esclavo se arrastraba suplicando por un mendrugo de pan, el señor le pateaba sin contemplaciones y, si tenía a bien, le arrojaba algunas migajas. La vida del esclavo no solía ser demasiado larga, lo cual acortaba su agonía, proporcionándole la muerte prematura el merecido descanso. Era lo que había... y estaba bien.

En la actualidad, el esclavo se levanta temprano, cuando el estridente sonido del despertador le anuncia el comienzo de su jornada. Desde ese preciso momento en el que abandona la realidad de sus remotos e intransferibles sueños, su mente deja de ser libre y pasa a ser propiedad indiscutible del Señor que la haya entrenado para su uso personal. Ya no es azotado ni golpeado brutalmente, ahora se le domestica desde el mismo día de su nacimiento para que su sumisión sea total, pacífica y consentida, como siempre se ha hecho con cualquier animal doméstico: trabajo a cambio de comida, techo y pequeños placeres engañosos.

Pero el hombre ha llegado a ser más inteligente que el animal, así que los medios para lograr este sometimiento incondicionado han tenido que avanzar también en la misma proporción, siendo ahora más sutiles e imperceptibles de lo que nunca han sido; ya no basta el mendrugo de pan. El infernal despertador tan sólo es uno de los muchos aparatos inventados por los poderosos para tener al esclavo en su mano cuando lo desee. Existen otros muchos más sofisticados y eficaces, como la televisión, la radio, los periódicos, las escuelas o las actividades de ocio, con su tremendo poder de sugestión y absorción.

Pero el mayor y más inteligente de todos estos inventos es sin duda alguna el dinero. Pagarle un sueldo al esclavo para luego exigírselo con intereses para que éste pueda ejercer cualquiera de sus “derechos” con “libertad”, es de una genialidad sin precedentes en el mundo. Cierto que también es la única forma que tiene el esclavo de dejar de serlo para convertirse en Señor, o para subir algún peldaño en la jerarquía, ya que también hay esclavos de primera, de segunda y de tercera, pero precisamente ahí radica su originalidad tan excepcional. Porque aun cambiando de condición, siempre continuará siendo esclavo del mismo dinero que lo ha encumbrado; sencillamente perfecto.

El dinero, junto con el adoctrinamiento previo del esclavo para inculcarle el deseo inamovible de convertirse en Señor, son las mejores armas con las que cuentan los señores de la actualidad para seguir disponiendo hasta el infinito de un ejercito de esclavos sumisos, obedientes y disponibles a toda hora, para cualquier fin que ellos tengan a bien, siempre con las miras de aumentar más y más su poder y grandeza.

Y para ello, estos señores conocen a la perfección los entresijos mentales que gobiernan los actos del esclavo: su insaciable sed de poder, el deseo irrefrenable de placer ilimitado, la ira y la envidia que le mueven a cometer las acciones más viles e indignas por igualarse al vecino o por someter a todo el que es diferente. Todo ello es explotado hasta la saciedad con el único objetivo de mantener a las hordas de esclavos subyugadas y resignadas a su condición de esclavitud. Incluso el alargamiento de la vida y su mejor calidad es aprovechado convenientemente para que el esclavo sea más productivo y eficiente, lo cual da que pensar y sospechar.

Porque, ciertamente, el esclavo ha mejorado mucho su calidad de vida a lo largo del tiempo... pero aún queda mucho trabajo por delante hasta acabar del todo con la perniciosa esclavitud... si es que ello es posible. Porque se me ocurre que quizás sea condición indispensable para la existencia humana la presencia de amos y servidores, ya que siempre habrá mucho trabajo por hacer y pocos que quieran hacerlo.

Por todo lo expuesto, lo único que se me ocurre para abandonar de una vez por todas esta miserable condición de esclavitud, es aprender a vivir de forma sencilla, con las menores necesidades posibles, siendo autosuficientes y alejándonos del voraz consumismo que nos sumerge hasta el cuello en el infierno de la podredumbre desde el que se sustenta el puesto de poder del amo. La lucha por la libertad es la única batalla que se me antoja justa y necesaria, y creo que tampoco es tan difícil ganarla, ya que se puede ser más libre estando encerrado en la más sombría prisión del lugar más alejado y olvidado de la Tierra, que viviendo en una suntuosa mansión rodeado de todos los lujos y placeres creados por el hombre. Porque, mientras te dejen pensar libremente, podrás ser libre. Sólo así se podrá derribar la tortuosa barrera de la educación impuesta y del modo de vida establecido por otros, para poder dar rienda suelta al divino libre albedrío, con el que aún no han podido. No sabemos el tiempo que tardarán en hallar el modo de hacerlo.

La Libertad es la única forma de vida digna, por ello, SÉ LIBRE, aunque tengas que comportarte como un esclavo ante los demás (¡qué sabrán ellos!).


viernes, 16 de julio de 2010

Dios no existe, lo dice un Creyente

 Hace algunos años llegó a mis manos un libro, para mí, bastante revelador; su título es: Mitos Sumerios y Acadios, de una edición preparada por Federico Lara Peinado. En él aparecen las traducciones de algunas de la miles de tablillas en escritura cuneiforme halladas a finales del siglo XVIII en el territorio que antiguamente se dio a conocer con el nombre de Mesopotamia, entre los ríos Tigris y Éufrates del Medio Oriente. Corresponden a la civilización sumeria y acadia, que habitaron esta zona del planeta hasta hace unos tres o cuatro mil años aproximadamente. Estas tablillas se encuentran entre los escritos más antiguos conocidos, ya que los sumerios fueron los precursores de la escritura moderna y, por tanto, la primera civilización de la historia conocida o, por decirlo de otro modo, los inventores de la historia. Todo lo anterior a ellos, pertenece a la prehistoria. Ellos fueron los primeros en dejar por escrito documentos relacionados con su vida, sus leyes, política, costumbres y, como no, con sus creencias religiosas, que es de suponer fueron heredadas de sus antecesores desde tiempos inmemoriales.

En concreto, el libro nos muestra la traducción de algunas tablillas que nos hablan de las creencias religiosas de este pueblo, o sea, su mitología. Entre muchos otros, se nos muestran relatos sobre:

- La creación del cielo y la tierra y de todo lo que en ellos se contiene, incluido el hombre, a partir del barro y la mujer a partir de una costilla del hombre.

- La creación por parte del dios Enki de un lugar donde el hombre podía vivir sin miedo a los animales, un lugar sin terror. Pero Enki descubrió un comportamiento inadecuado en los humanos y los expulsó.

- Las luchas fraternales entre el pastor Dumuzi, dios del ganado, y el labrador Enkimdu, dios de la agricultura, los cuales se enfrentan por el amor de la diosa Inanna. O los dioses Emesh y Enten, que inicialmente fueron encargados por Enlil , uno de las cosechas y la agricultura y otro de los animales y el ganado, pero que tuvieron una gran disputa. Un problema parecido hubo entre Ashnan (diosa del grano) y Lahar (diosa del ganado); después de una borrachera se pelearon y Enlil y Enki tuvieron que mediar entre ambos.

- Ziusudra (Utnapishtim para babilonios o Atrahasis para acadios), que fue avisado por el dios Utu de un gran diluvio que los dioses mayores provocarían durante 7 días y 7 noches para acabar con el hombre, hartos como estaban del comportamiento ruidoso de éstos. Entonces, Ziusudra creó un gran barco donde guardó ejemplares de semillas y animales que volvió a liberar una vez hubieron bajado las aguas, no sin antes cerciorarse soltando primero una paloma y un cuervo (según versión acadia).



Para mí, el hallazgo de estos valiosísimos documentos suponen la prueba irrefutable de que la Biblia, y más concretamente los libros del Génesis, son pura mitología. Teniendo en cuenta que estos primeros libros de nuestras Sagradas Escrituras son el pilar fundamental sobre el que se sostienen las tres principales religiones monoteístas del planeta y la enorme influencia que éstas siguen teniendo en los devenires de la historia, me parece de crucial importancia que este antiguo descubrimiento sea más divulgado públicamente de lo que ha sido. De hecho, yo di con ellos por pura casualidad.

¿Por qué en los colegios y universidades nos enseñan con todo lujo de detalles toda la mitología grecorromana y no la sumeria o la semita anterior a la Biblia que es más antigua y, por tanto, debiera ser más interesante? Mi respuesta es por la relación tan directa que existe entre ellas y nuestras creencias religiosas, como demuestran los relatos anteriores, que, como digo, tan sólo son una muestra.

De hecho, según dice la Biblia, Abraham procede de la ciudad de Ur, una de las más importantes ciudades sumerias, con lo cual es de suponer que cuando huyó de ella a finales del II milenio a. C., llevase consigo todos estos conocimientos y creencias de su pueblo, que no serán más que una continuidad de la mitología perteneciente a las civilizaciones anteriores.

Y si continuamos en el tiempo hacia delante, podemos darnos cuenta como nuestras religiones siguen esa continuidad lógica. En el cristianismo, sobretodo, se dan muchas similitudes con aquellas otras politeístas de la antigüedad. También ellos tenían un dios y una diosa para cada ciudad, con sus templos y cultos específicos, igual que aquí, donde cada pueblo o ciudad posee su patrón y su patrona particular, con sus imágenes, iglesias, festejos, etc. propios de cada uno.

Me da por pensar que si, dentro de diez o quince mil años aún existen humanos conocedores de su historia, a nosotros nos relacionarán directamente con los sumerios de hace más de cinco mil años, al igual que nosotros relacionamos a éstos con los acadios o relacionamos a los griegos con los romanos de la era precristiana. Curioso, ¿verdad? Es para ponerse a pensar.

Por cierto, no es mi deseo quitar las ganas a nadie de leer la Biblia, yo lo hice y no me arrepiento, es más, se lo aconsejo a todo el mundo; es una lectura muy educativa y aleccionadora, sabiendo siempre a qué atenerse. Si leemos y nos gustan los clásicos griegos y latinos y aprendemos con sus mitos y leyendas, por qué no podríamos aprender también de nuestra mitología, que también es nuestra historia y raíces. Además, que el Génesis de la Biblia sea una farsa, no quiere decir que no pueda existir un Dios, o unos dioses, todopoderosos y creadores. Me temo que eso es algo que nunca podremos saber con certeza, lo que abre un amplio abanico de posibilidades. Algo muy interesante también.


viernes, 9 de julio de 2010

Dios existe, lo dice un No creyente


Recordando mi tiempo pasado, me doy cuenta de los muchos cambios que en mí se han producido con el correr de los años. Uno de ellos tiene que ver con mis creencias religiosas, y es de lo que quiero hablar en estos momentos, ya que una acuciante reflexión se ha instalado hace algún tiempo en mi castigado cerebro, obligándome una y otra vez a pensar sobre ello. Este escrito pretende ser mi liberación de dicha tortura, aunque me temo que dicha liberación sólo será temporal, como suele ocurrir con todo lo que compete a los arcanos misterios de la mente. Aún así, la apremiante necesidad de desahogo me insta a hacerlo, convirtiéndote a ti, inocente lector, en víctima involuntaria de una de mis incesantes ideas imposibles.

Y sin más dilación vamos a ello.

De pequeño fui criado, no de forma muy estricta, en la observancia de la fe católica, apostólica y romana, debo decir que más por tradición y cultura que por propia fe. Así que hasta bien pasada mi adolescencia y metido de lleno en mi juventud creía sin sombra de duda en la existencia de un Dios todopoderoso, omnipresente y creador; creía también que se hizo carne en la persona de su hijo Jesucristo, bajando a la Tierra con el fin de salvar a todos los hombres de sus pecados; creía en la Virgen María, en los ángeles, en los santos, en el perdón de los pecados, en la vida eterna, etc. Era lo que me habían inculcado desde mi nacimiento, no conocía otro modo de vida y, por tanto, nunca me surgían dudas al respecto ni se me pasaba por la mente que todo aquello podía ser falso o no del todo cierto. Creía ciegamente, lo cual no quiere decir que sea malo; a esas edades no hay otra forma de creer que no sea la infundida por las personas que nos rodean y nos inspiran con su ejemplo.

Con más de veinte años, no sabría decir exactamente cuándo, cómo ni por qué, me volví ateo hasta la médula; supongo que sería un proceso paulatino, un cúmulo de circunstancias, la que me llevaron a tal situación de incredulidad (aunque más que incredulidad yo lo llamaría un cambio de creencias, ya que no creer en ningún Dios también supone un acto de fe importante). También supongo que sería un cambio lógico, fruto de nuevos entornos sociales y transformaciones hormonales tendentes a la rebeldía propias de la edad.

Así permanecí durante largos años, hasta que más adelante, en otro momento de mi vida de mayor madurez y solidez emocional, llegué al convencimiento de la pérdida de tiempo que suponía el plantearse estas cuestiones metafísicas de imposible resolución, así que concluí en dejar de cuestionarme tales cosas, es decir, entré en una etapa de pasotismo religioso. Pensé (y sigo pensando) que las creencias religiosas eran algo íntimo y personal, y que cada cual podía creer en lo que le diese la gana siempre y cuando respetase a sus semejantes y no hiciese daño a nadie.

Esta idea fue evolucionando con el transcurrir del tiempo, incubando una nueva transformación que surgiría desde lo más profundo de mi ser, cambiando mi modo de pensar y de ver las cosas hasta el momento actual (a ver lo que dura). Empezaré a explicarme con un ejemplo que creo que puede ser bastante esclarecedor, y además fue el germen sobre el cual afloró este pensamiento (nada nuevo, por otro lado): no sé si conocerán la forma que tienen en la India de domesticar a los elefantes (yo lo vi en un documental, no vayan a pensar que he domesticado a ninguno). De pequeño, le atan una pata a una estaca con una cadena, de manera que si el elefante tira de ella, ésta le aprieta y le hace daño. La cría de elefante aprende, y en poco tiempo deja de tirar para zafarse. Pasado un tiempo, su dueño e instructor le puede retirar la cadena tranquilamente sabiendo que el paquidermo no intentará huir jamás. La cadena ya no está, no existe, nadie la ve... Nadie excepto el elefante, para él sigue estando, y permanecerá allí toda su vida. Aunque la cadena sólo esté en su mente, para él será tan real como cuando estaba físicamente apresando su pata y privándole de la libertad. El elefante no sólo cree en la cadena, sino que además actúa en consecuencia resistiéndose a escapar de su dueño.

Pues pienso que lo mismo ocurre con Dios, o con cualquier otro tipo de creencia. Mientras exista alguien que crea en Él y actúe en consecuencia, será como si Dios existiese. Poco importa que no sea una realidad física, palpable e incuestionable, lo realmente importante es que es una idea que posee vida propia a través de la gente que en ella cree; sus consecuencias son reales: hay gente que muere, otras que se salvan, a otras muchas les da sentido a sus vidas, o les ayuda a afrontar la inevitable muerte, etc. Todo esto es real, y es la idea de Dios en la mente de la gente la que produce estos efectos y tantos otros en el mundo en que vivimos. Por poner otro ejemplo más cercano, sé de gente mayor, creyentes, allegados a mí, a los que su creencia en Dios les proporciona tranquilidad y bienestar, les da una explicación, necesaria para ellos, sobre el misterio de la cada vez más cercana muerte, y esto es algo que les infunde confianza y ánimo en sus quehaceres diarios. No seré yo quien intente persuadirlos de sus ideas, máxime cuando ni siquiera estoy seguro (ni podré estarlo nunca, me temo) de cual sería la verdad sobre la que tendría que convencerlos. La lástima es que también se dan muchas consecuencias negativas, y es contra ellas contra las que habría que luchar sin tregua, ya que la mayoría de las veces, estas consecuencias no tienen nada que ver con las creencias en sí, sino que vienen más bien impuestas por intereses particulares ajenos a ningún tipo de religión.

Yo ahora me alegro de que me hayan educado como lo hicieron, a pesar de haber renegado tanto de ello. Reconozco que tuvo sus inconvenientes, como el sentimiento de culpabilidad tan atormentante cada vez que me masturbaba, por mencionar alguno, pero no hay nada perfecto en esta vida (quizá en la otra sí). Incluso estoy llegando a pensar, de acuerdo con mi mujer, que a mi futuro hijo empezaré a educarlo también de la misma forma (aunque algo más abierta), observando los preceptos, rituales y, sobretodo, la moral cristiana, tal y como hicieron conmigo. Con el tiempo, y a medida que vaya adquiriendo madurez, supongo que podré ir revelándole lo que realmente opino, y que él decida. Creo que es un enorme error dejar que un crío se eduque sin ningún tipo de fe religiosa, porque entonces él tomará las suyas propias, que seguramente irán más encaminadas a la diversión y el juego que a otra cosa, como es lógico, teniendo en cuenta la falta de desarrollo emocional y mental de un niño. Puede que sea un poco pronto para hablar de estas cosas, ya que desconozco las nuevas transformaciones que el tiempo producirá en mí, pero de momento es esto lo que opino.

En fin, pues esto es todo lo que tenía que decir (de momento); ya me quedo más tranquilo (espero). En definitiva es lo que vengo diciendo desde hace tiempo: lo importante de las creencias no es si son ciertas o no, sino el daño o beneficio que hacen o pueden llegar a hacer.

Y concluyendo, que cada cual crea en lo que quiera y deje creer a los demás también en lo que les venga en gana, siempre con la barrera del respeto mutuo y la mirada puesta en el bienestar general, que a fin de cuenta también es el propio.

(Escrito hace más de dos años.)

viernes, 2 de julio de 2010

El payaso evocador

 Cuando Ramón abrió los ojos aquella mañana, lo primero que vio justo en la pared frente a su cama, fue una mancha de humedad con la forma perfecta de un payaso.

–Qué ironía –pensó–. Un payaso en este lugar tan sórdido y lúgubre.

¿Pero qué lugar era aquel sórdido y lúgubre en el que había amanecido Ramón esa mañana? En la confusión del despertar apenas podía recordar dónde se encontraba y, mucho menos, cómo había llegado allí. Pero ese momento de plena libertad que transcurre cuando nuestra conciencia aún no ha sido inundada por las aflicciones y amarguras propias de la humanidad, tan sólo permaneció durante un breve instante de salvación en la mente de Ramón. Una fugaz mirada hacia la derecha bastó para devolverle de golpe a la profundidad del abismo desde donde resurgía su triste realidad.

Allí se levantaban, rígidas y amenazadoras, las mismas rejas oxidadas que la noche anterior se cerraban a su espalda, confinándole en la más absoluta de las miserias a la que puede ser arrojado un ser humano. Ramón sabía que sólo saldría de aquella oscura y húmeda celda para dirigirse a la aún más oscura, aunque salvadora, muerte en el paredón.

¿Pero por qué tan cruel final para una vida joven y llena de ilusiones? Su confusa conciencia aún se sentía incapaz de vislumbrar con claridad la totalidad de la desesperanza que le había conducido ante aquella desgraciada situación. Las borrosas imágenes de su pasado más reciente, el vivido tan sólo unas horas atrás, irrumpían en su cerebro con una lentitud desesperante, como una película en blanco y negro en cámara lenta y descolorida por el tiempo, como si se tratase de una realidad transcurrida muchos años atrás y vivida por otras personas en otros tiempos.

Desafortunadamente no cabía duda de que había sido él el protagonista de aquella barbarie perpetrada el día anterior y que empezaba a cobrar una trágica solidez en su atormentada cabeza de recluso. Ahora sí podía recordar con tremenda claridad el momento en el que, junto con sus exaltados compañeros, vaciaban todas aquellas latas de gasoil sobre los destartalados bancos de madera de la iglesia de San Esteban, la misma en la que tantos sermones del padre Antonio había oído durante su infancia y juventud junto a su padre y hermanos. El mismo padre Antonio que en esos momentos de locura yacía moribundo, aunque con la suficiente lucidez como para percatarse de todo lo que ocurría, sobre el sagrado suelo de su parroquia de toda la vida.

Por desgracia, la sucesión de horribles imágenes no se detenía ahí. También pudo ver sus propias manos encendiendo la cerilla que haría sucumbir bajo las llamas al antiguo edificio de arquitectura barroca y poner fin a la también antigua vida de su párroco. “¡Arde en el infierno, maldito cura fascista del demonio!” oyó gritar a su compañero Miguel mientras todos corrían despavoridos para ponerse a salvo, desperdigándose sin control por las empedradas calles del pacífico pueblo que los había visto crecer. Por un instante también se le encendió en la mente la figura de su amigo Miguel quince años atrás, vestido con un inmaculado traje blanco de marinero, a unos metros del altar de la iglesia que acababan de incendiar, arrodillado frente al padre Antonio, aquel cura que acababan de quemar vivo y al que el mismo Miguel había golpeado cruelmente en la cabeza minutos antes; lo podía ver claramente recibiendo por primera vez el sagrado sacramento de la comunión; también podía ver con nitidez, ya que él estaba a su lado en tan insigne momento, como lo había estado siempre, la sonrisa bonachona y sincera del párroco al tiempo que colocaba sobre la lengua de su futuro verdugo la redonda lámina comestible que por aquel entonces todos estaban convencidos de que era el cuerpo de Jesucristo, y que con tanta ilusión y alegría recibían en aquel día junto con el resto de compañeros de clase, incluida María, que aún no podía albergar ni sombra de sospecha de que terminaría locamente enamorada de aquel muchacho de tez pálida y pelo revuelto cuyo máximo empeño en la vida consistía en pellizcarle el culo siempre que tenía ocasión, y al que todos llamaban Ramoncito.

“¡Dios mío, María!” su abstraído subconsciente no había perdido aún la costumbre de invocar al Dios olvidado en momentos de desesperanza, como lo era justo aquél, en el que la imagen de su amada tendida sobre el inmundo suelo, inerte y con la cabeza destrozada por la certera bala de un soldado fascista, tan oportuno como despiadado, se le presentó con una brutalidad inusitada haciéndole saltar del desvencijado catre para agarrarse con rabia e impotencia a las rejas que le arrebataban la libertad. Y fue entonces cuando el duro y valiente Ramón volvió a convertirse en el inocente Ramoncito de hacía quince años; llorando desconsoladamente regresó al mugriento colchón y se entregó por completo al cruel destino al que las circunstancias le habían empujado y que ingenuamente él creía haber elegido libremente.

En su agonía no podía dejar de preguntarse cómo había llegado a esa situación; cómo había podido ser capaz de empujar a la locura a todos sus antiguos amigos y, sobretodo, cómo había permitido que le siguiese en su delirio también María, la angelical María, la persona a la que más había querido en el mundo y por la que sería capaz incluso de ingresar en un seminario si se lo pidiese, no digamos ya de dar la vida por ella si pudiera. Pero no; en vez de pedirle que ingresara en un seminario le animó a continuar con su cruzada antifascista y le apoyó en su particular lucha por salvar el mundo de las hordas nacionales que amenazaban la libertad.

¡Qué ingenuo! Salvar el mundo. Cómo si éste dependiese de un pobre infeliz como él o de un grupo de desalmados revolucionarios iluminados. En estos momentos de amargura ni tan siquiera estaba seguro de la verdad por la que luchaban. Pensó que también aquel miliciano fascista que le arrebató de un disparo y para siempre a su querida María, tendría una verdad por la que perseguir y exterminar a personas como él; pensó que el padre Antonio también había muerto injustamente por una verdad incomprensible para todos ellos. Pensó que tal vez no existiese ninguna verdad por la que matar o morir. Claro que qué sentido tenía ya pensar en todo esto.

En estas angustiosas reflexiones se encontraba Ramón, cuando de nuevo su mente fue tornándose difusa, y poco a poco, sin apenas percatarse de ello, fue dejando la tormentosa realidad que le atenazaba para penetrar en el tranquilizador mundo de los sueños, donde aún existía la esperanza.

Cuando volvió a abrir los ojos, pensó que tan sólo habían transcurridos unos pocos segundos desde que su cerebro fabricase aquel extraño sueño que difícilmente podía recordar; años más tarde sospecharía que fueron muchos más que segundos. Lo primero que pudo ver apoyado sobre la pared que tenía en frente de su acogedora habitación y junto a la videoconsola y el televisor, fue el payaso de trapo que le regaló su padre al cumplir cinco años. Habían pasado ya cuatro años de eso y aún lo conservaba intacto, como uno de sus juguetes preferidos. Más adelante, también presentiría que el motivo de su conservación era otro bien distinto, más profundo y misterioso, cuando el mismo payaso de trapo, envejecido y algo remendado y en esta ocasión en el dormitorio de su propio hijo, volviese a ser el lazo de unión entre dos épocas bien distintas dentro del mismo mundo, aunque vividas por el mismo espíritu.

En ese primer instante de lucidez, trató de aferrarse con fuerza a la borrosa reminiscencia que aún flotaba en su mente y en la que se veía a él mismo, aunque bastante mayor y cambiado, encerrado en una oscura prisión y recordando inquietantes sucesos sobre el incendio de una iglesia, la muerte de un cura, amigos entrañables y un apasionado amor. “Qué tontería”, pensó el pequeño Ramón, “¿por qué iba nadie a quemar una iglesia?”. ¿Y quién sería esa tal María a la que era incapaz de verle el rostro? Con nueve años, a Ramón aún le producía náuseas la idea de enamorarse de alguien. Tampoco podía entender por qué en ese momento de confusión sentía tanta ansiedad y desesperanza, y su corazón le mantenía en un estado de agitación que nunca antes recordaba haber experimentado.

Pero al igual que todos los sueños, este también fue desvaneciéndose misteriosamente de la conciencia de aquel inocente niño, aunque no así de su más profundo subconsciente, donde permaneció durante años esperando con paciencia la oportunidad para resurgir de nuevo, justo en el momento de que su portador fuese capaz de comprender por qué un trágico suceso acaecido en un tenebroso pasado había sido evocado setenta años después en la mente virgen de una cándido muchacho de nueve años.


A este relato le tengo mucho cariño porque fue el primero que escribí en mi vida, hace ya algunos años, cuando entré en La Escuela de Letraslibres.




viernes, 25 de junio de 2010

¿La verdad?


Se acabó, ya está bien, basta ya de sandeces y medias palabras, no puedo más, tengo que decirlo o reviento: ¡Esta vida es una puta mierda! Vale ya con eso de que la felicidad está en nuestro interior o con aquello de que debemos encontrar nuestro propio camino; ¡estupideces! Despierten de una puñetera vez y miren a su alrededor (pero pónganse de puntillas por lo menos, si quieren ver algo, joder, hagan un esfuerzo), y no me vengan con eso de que tampoco está tan mal, que hay que tomarse las cosas con paciencia y serenidad, que el tiempo lo cura todo y a todos pone en su sitio, y demás gilipolleces por el estilo; dejen de mirarse el ombligo propio, no estoy hablando de hipotecas, violencia escolar, partidos políticos, crisis económicas ni calentamientos globales, no, estoy hablando de la Vida con mayúsculas, esa vida que a todos nos envuelve, nos limita y nos condena, queramos o no, nos guste o no.

Todos sabemos que de nada sirve decirle a una persona nerviosa que se tranquilice, o aconsejarle a un cobarde que sea valiente, ni a un tímido que se muestre arrojado; perdemos el tiempo cuando intentamos concienciar a un egoísta para que sea solidario, o cuando exhortamos a un violento a la paz; es inútil prevenir a los jóvenes de los riesgos, absurdo enojarse con un enfermo por no haberse cuidado mejor, un disparate intentar que unos padres maleducados eduquen o una ingenuidad esperar algo del que nada tiene, o quiere ofrecer. Dale un libro a un ignorante consentido y lo echará al fuego para calentarse, una cruz a un ateo y te la clavará en la espalda, una paloma blanca a un militar y con ella hará un puchero; ofrécele un buen consejo a un necio y no parará hasta verte humillado, rebájate ante un engreído y terminará de hundirte, sé paciente con un insensato y te hará perder el valioso tiempo.

Abramos los ojos de una vez, la Vida es lo que es, podemos maquillarla de mil colores, decorarla como mejor nos parezca, endulzarla con bellos poemas y alegres canciones, tergiversarla por medio del flexible lenguaje, pero nada de eso aliviará el sufrimiento del que sufre, la agonía del moribundo ni la ansiedad del depresivo. Aunque eso sí, servirá para llenar nuestro siempre hambriento ego de insulsas palabras, como esperanza, ilusión, seguridad, amor, felicidad...

Mientras, miles de personas continuarán naciendo cada día con la esperanza de vida de unas cuantas horas, o de unos pocos años de angustioso dolor, por el mero hecho de haber nacido en el lugar equivocado (auque hay tantos lugares equivocados...). Cientos de mujeres y niñas seguirán siendo perseguidas, maltratadas, violadas y asesinadas, debido a que en muchos sitios sale barato hacerlo y en otros a nadie le importa. A otras, en países no muy remotos, las obligarán a comer de un caldero hirviente donde previamente se han echado fetos humanos extirpados de sus madres cuando aún vivían, algunas de ellas parientes cercanos, además de excrementos, piedras, tierra y manos y pies sangrantes cortados de otros menos afortunados (o más. No exagero, este cruel episodio lo oí horrorizado por la caja tonta no hace mucho contado con una entereza que asusta por una joven de raza negra, qué raro, que lo había sufrido en sus carnes. Y no fue algo casual, por lo visto es una práctica habitual entre algunos grupos guerrilleros del continente vecino). Los mismos de siempre aumentarán sus considerables fortunas vendiendo al postor más rentable armas, drogas, medicamentos, personas, petróleo, joyas o basura, la mercancía es lo de menos mientras alguien pague por ella, y, por supuesto, siempre que haya alguien dispuesto a pagar por algo, habrá otro dispuesto a venderlo. Los gobiernos seguirán aumentando sus presupuestos para futuras congestionadas cárceles, aunque esto no se notifique por los medios de comunicación, nada que ver con la bomba y la fiesta que se le da a la colocación de una primera piedra de un hospital o un colegio, aunque a veces se convierta también en la última, pero claro, a nadie le gusta tener una cárcel cerca como para andar anunciándolo encima, bueno... a los familiares de los terroristas sí que les gusta, siempre hay excepciones. Los ejércitos continuarán malgastando los necesarios recursos que con tanto esfuerzo y sacrificio la población extrae de las entrañas de la cada vez más mermada tierra. Los estados más influyentes nunca se cansarán de negociar la paz por la puerta principal mientras por la de atrás venden las armas para la guerra (o incluso no tan atrás, ya ni las apariencias importan). Miles de niños seguirán siendo explotados salvajemente para que aquí, en el primer mundo, podamos seguir disfrutando de nuestros imprescindibles placeres terrenales y estrenando con orgullo ropa nueva cada mes.

Y usted y yo proseguiremos jugando al videojuego de la vida, atontados ante el espectáculo que los poderosos montan en sus altares y escenarios, preocupados por una ridícula hipoteca o un trabajo aburrido, “Es que este trabajo no me llena...” ¡Desgraciado! pues cómete dieciocho hamburguesas a ver si eso te llena y revientas.

Para colmo hemos tenido la mala pata de vivir en un período de tiempo evolutivo intermedio..., bueno, pensándolo bien todos lo son, pero este es aún más puñetero si cabe, ya que nos vemos encerrados de por vida en un cuerpo preparado para correr, saltar, escalar, nadar, perseguir bestias, lanzar piedras, etc, cuando ni tú, permíteme que te tutee, total ya nos conocemos, para cuatro lectores que me soportan..., como decía, cuando ni tú ni yo necesitamos hacer nada de eso, ni otros tantos miles de personas como nosotros, cuya única necesidad es andar un poco entre medio de transporte y medio de transporte y unas buenas posaderas que los soporten mientras se apoltronan frente al televisor, el PC o en algunas de las muchas aulas y oficinas donde se ubican la inmensa mayoría del personal a partir de los tres años de edad en los países desarrollados (que son los que importan). Pero no, teníamos que nacer en este época, obligándonos a hacer ejercicio constantemente, dietas, regímenes, visitas a médicos de todo tipo,... si no esperen a sobrepasar los cuarenta. Ya lo dijo alguien muy listo, el ser humano está concebido para vivir hasta los cuarenta años, hasta ahí es fácil hacerlo, por muchas perrerías que se le hagan al cuerpo, pero, a partir de los cuarenta, la salud hay que currársela, señores, no se duerman, o pasarán a engrosar la cada vez más abultada lista de pacientes eternos hasta convertirse en muertos vivientes cuya única preocupación será qué especialista me toca ahora ver o quién me llevará al hospital la próxima vez.

Pero no se acongojen, ni ustedes ni yo tenemos la culpa de todo esto, es la Vida, que es así, y bien poco podemos hacer por remediarlo. No pretendo crear sentimientos de culpabilidad ni despertar conciencias aletargadas, a estas alturas, bastante tenemos ya con la lata que nos dan los políticos de turno con sus inacabables ansias de protagonismo y su inalterable afán de manipulación. Yo, desde luego, ya me he cansado de coger el atestado y maloliente autobús en vez de mi contaminante coche, o de lavarme las manos con un hilillo de agua que apenas me las moja; estoy harto de andar continuamente preocupado por el futuro, por los jóvenes, por la educación, por las playas, por los ancianos, por la capa de ozono, por los mares y océanos, por la economía, por la seguridad laboral, por los emigrantes, por la vivienda, por los bosques, por los pantanos, por las especies en extinción y por todo aquello que quieran hacernos creer que corre serio peligro de desaparición o destrucción y que además es de vital importancia para la supervivencia del ser humano. Táchenme de inhumano o de pasota si quieren, pero debo confesar que me importa un bledo que las mujeres aborten (favor que le hacen al ya abarrotado planeta), que los homosexuales contraigan matrimonio (o como quieran llamarlo), que los amargados o los moribundos decidan acabar de una vez con su sufrimiento, que los nacionalistas construyan fronteras o que los políticos sean promiscuos. Estoy cansado de que otros pretendan decidir por mí qué debo comer, cómo debo vestir, a quiénes debo votar, cuándo debo adornar mi casa o sembrar un árbol, cuántas copas de vino tengo que tomarme o cuánto y cómo debo caminar, qué piezas de fruta debo comerme, qué programas de televisión deben gustarme, o cuales no, en qué o quiénes debo creer, cuándo y cómo debo celebrar algo, dónde debo ir de viaje, cuántas veces debo de hacer el amor, qué aparatos electrónicos me son indispensables para vivir... y para colmo debo oír que lo hacen porque se preocupan por mí, cuando la realidad es que nadie se preocupa por mí, sólo yo, cuando me dejan. No puedo dejar de recordar el célebre episodio de Diógenes el cínico y el gran Alejandro Magno, cuando éste le preguntó que qué podía hacer por él y el filósofo griego le contestó que podía apartarse para no quitarle la luz del sol; sublime. Pues lo mismo grito yo a los cuatro vientos: ¡Déjenme vivir en paz! No soporto ni un minuto más las infantiles riñas de patio de colegio de nuestros políticos en busca de una poco disimulada intención de manipularlo todo, con el único propósito de justificar sus inamovibles cargos. No quiero que me digan lo que es blanco o lo que es negro, quiero que me dejen mirarlo a mí para poder decidir por mi cuenta. Creo que tampoco pido tanto.

Espero que sepan disculpar este arrebato de sinceridad y no sean muy duros conmigo, pero es que necesitaba desahogarme de alguna manera y les ha tocado a ustedes aguantar el chaparrón. Si he desilusionado a alguien, espero que recuerde que sólo soy un ser cambiante, como todo en el Universo, y que ahora no soy el mismo que fui ayer, ni mañana seré el que soy hoy; tengan esperanza, quizá mañana pueda volver a entusiasmarles (si es que alguna vez lo hice). Les aconsejo que no me hagan mucho caso, es lo único que me atrevo a pedirles y, después, hagan lo que reverendamente les venga en gana. Lo que es yo, de momento no puedo ofrecerles otra cosa, lo siento; aunque, si les sirve de consuelo, nunca dejaré de pensar que la Vida siempre merecerá la pena ser vivida con intensidad, ya que es un regalo que alguien nos hizo un día desinteresadamente, sin pedir ni esperar nada a cambio, y sólo por eso, en agradecimiento, nuestro deber es vivirla con ilusión, esperanza, buenos sentimientos y mucho corazón. Espero que nadie me malinterprete, aunque si lo hacen, allá ustedes.

Que tengan un buen día.




viernes, 18 de junio de 2010

Enfado


Pues sí, hoy me he levantado enfadado, ¡muy enfadado! Enfadado con esta mierda de sociedad de consumo capitalista y corrupta hasta la médula en que nos ha tocado vivir, capaz de humillar y de pisotear incluso al más indefenso de todos los seres humanos, esta sociedad asquerosa que entre todos estamos creando, aunque algunos colaboran más que otros, esta sociedad que hace que me sienta impotente del todo ante tanta injusticia, ante tanta barbarie sin sentido, estoy muy cabreado porque sé que podemos hacerla temblar, pero temblar de verdad, desde los cimientos, y no desde arriba, como suele suceder normalmente, cayendo a plomo y aplastando a los de siempre, a los desamparados, a los indefensos, a los que la sustentan, y volviéndose a levantar de nuevo sobre los mismos cimientos que van quedando y sobre los escombros del anterior edificio, más sólido y consistente si cabe, no, no, esto no es lo que yo quiero, porque esto ya me lo conozco, ya sé donde acaba, de vuelta al principio, a donde mismo, yo quiero derribarlo desde abajo, para poder empezar de cero, porque es la única manera... la única, porque somos nosotros sus cimientos, nosotros, panaderos, albañiles, electricistas, empleados de comercios, funcionarios, fontaneros, jardineros, agricultores, ganaderos, jubilados, amas de casa,... nosotros, pobres trabajadores de a pie, los que cargamos sobre nuestras maltrechas espaldas todo el peso de este putrefacto edificio que se hace llamar sociedad, sólo necesitamos unir nuestras fuerzas, proponérnoslo seriamente, querer hacerlo, decir basta ya, trátenme con dignidad, soy un ser humano, como vosotros, tengo derechos, no soy un cobaya con el que experimentar, con el que jugar a ser dioses, no podemos seguir permitiendo que la sanidad pública siga creando enfermos crónicos, dependientes de miles y miles de medicamentos de por vida, tan sólo para enriquecer a unos cuantos seres inhumanos y malnacidos, no podemos continuar dejándonos seducir tontamente por ofertas absurdas de artefactos que sólo terminarán haciéndonos la vida más complicada y convirtiéndonos en más esclavos de lo que ya éramos, por favor, no lo consientan, despierten, abran los ojos, hay alternativas más baratas, más sanas y, sobretodo, más eficientes, aléjense de las multinacionales, de las televisiones, de los periódicos oficiales, u oficiosos, de los bancos, de las agencias de seguros, de los grandes centros comerciales,... ellos son el enemigo, ellos son el sistema, ellos no piensan en nadie, sólo en el vil capital... sólo en eso, y nada más, no se dejen engañar, ya hemos sufrido bastante, ya nos han manipulado lo suficiente, basta ya, basta de incidir con tanta saña en los cerebros de nuestros hijos, basta de hipotecarles la vida con un cuerpo débil y enfermizo y una mente trastornada y neurótica, que nos dejen decidir por nosotros mismos, es lo único que pido, lo único que deseo, pero no puedo solo... no puedo, ¿tanto es desear morir dignamente? ¿tanto es pedir gobernar en nuestro propio cuerpo y en nuestra propia mente? ¿tanto es querer ser libre sin dañar a nada ni a nadie? Ya no aguanto más, si callo reviento, sé que todo esto es inútil... todo inútil.

Ya no molesto más.



Hoy más que nunca pienso que Existir es Resistir, mañana.... ya veremos.




viernes, 11 de junio de 2010

Un lugar en el Mundo


Existe un lugar en el mundo donde no se conocen el odio, el rencor, la envidia, los prejuicios, las injusticias, la tiranía, la violencia ni la ira.

Existe un lugar en el mundo en el que nadie intenta manipularte impunemente, haciendo de tu voluntad un mero juguete en sus manos.

Existe un lugar en el mundo en el que no es necesario utilizar máscaras. Un lugar donde se puede ir con la verdad por delante sin miedo a ser apartado, incomprendido o rechazado.

Existe un lugar en el mundo donde el silencio no es incomodo; donde no son necesarias las traicioneras palabras para expresar sentimientos o ideas.

Existe un lugar en el mundo libre de lujuriosos pensamientos y de ridículas tentaciones. Un lugar apartado del perturbador ruido de las masas enfervorecidas que alientan los más bajos instintos animales.

Existe un lugar en el mundo en el que amar es lo natural, la compasión es innata y la solidaridad, impuesta por ley.

Existe un lugar en el mundo que está más allá de los sueños, lejos de todo lo imaginable, lindando con el infinito cielo y a la derecha del paraíso.

Existe un lugar en el mundo que no precisa de gobiernos ni de gobernantes, de jefes ni de súbditos, de discípulos ni maestros, de banderas ni de abanderados.

Existe un lugar en el mundo en el que cada cual es libre de hacer con su vida lo que le dé la gana; en el que nadie se atreverá a conducir tus pasos por otro sendero que no sea el que tú has elegido.

Existe un lugar en el mundo en el que siempre llueve a gusto de todos. Un lugar donde el sufrimiento y el dolor pueden ser detenidos con sólo una orden.

Existe un lugar en el mundo donde las apariencias están constantemente guardadas; donde cada cual es lo que muestra y lo que ves es lo que hay.

Existe un lugar en el mundo imposible de ser invadido, ya que a nadie se le niega nada y todo el mundo es bien recibido.



Este lugar está más cerca de lo que crees. Este lugar está en tu interior; para acceder a él tan sólo tienes que lanzarte sin paracaídas al abismo de tu mente y zabullirte sin oxigeno en el océano de la conciencia. Si logras traspasar estas dos barreras infranqueables para el común de los mortales, tu recompensa será la dicha eterna, la paz perpetua y la completa desaparición de los dos grandes enemigos: el miedo y la soledad. Una vez allí, y sólo allí, podrás decir que eres verdaderamente libre.

Allí nos veremos.


viernes, 4 de junio de 2010

Incorrecciones

Hoy no me apetece ser nada correcto.

Mi vida sigue igual de maravillosa que siempre, equilibrada, tranquila y repleta de paz y felicidad. No me ocurre nada malo, sigo siendo el mismo de siempre, o sea, diferente al de ayer y al de mañana. No estoy cabreado con nada ni con nadie; no me siento asustado ni amenazado. No más ni menos que cualquier otro día.

Pero hoy no me da la gana de sentir que el peso del mundo recae sobre mis maltrechas espaldas.

Hoy no quiero ser yo quien se pudra en el infierno; porque yo no le he hecho daño a nadie, al menos conscientemente.

Hoy exijo que se consuman en el más profundo y oscuro de los abismos todos aquellos que se lo merezcan de verdad; todos aquellos que nos hacen sufrir y que no sufren con el dolor ajeno.

Hoy quiero que se conviertan en ceniza todos los necios, los delincuentes, criminales, maltratadores, pederastas, especuladores, mafiosos, corruptos, insensatos, violadores, asesinos, mentirosos, hipócritas, pervertidos....

En definitiva, todos aquellos que no permiten que los demás podamos vivir en paz, aquellos que rompen cada día la armonía y el equilibrio del espacio-tiempo con sus actividades, palabras, conjuras, omisiones o, simplemente, con su pasar por la vida.

Hoy no siento compasión por ninguno de ellos, tampoco odio.

Tan sólo me gustaría que no existiesen, que desapareciesen inmediatamente de este universo, que se consumiesen.

Me trae sin cuidado que lo hagan dando alaridos endemoniados de dolor o, sencillamente, pasando desapercibido su trance al Más Allá.

No quiero saber a dónde irán a parar sus malditas almas.

No deseo saber nada más de ellos.

Sólo quiero que desaparezcan.

Porque hoy siento que la compasión y la piedad sólo sirven para que estos seres podridos se crezcan y piensen que pueden actuar impunemente ante los débiles, ante los mansos.

Hoy creo que nuestros buenos deseos para todo el mundo son el alimento de los malvados, el pan con el que desayunan cada día, para después reírse abiertamente de todos nosotros, de nuestro buen corazón... de nuestra estúpida compasión.

Nuestra ingenuidad hace que cada día aumente el número de criminales, que por día la crueldad se haga más fuerte y poderosa.

Con nuestra mojigatería sólo estamos consiguiendo que el mundo sea más peligroso, más inhabitable y más oscuro.

Mientras algunos pensamos en dioses, misterios, magia, duendes y nomos, otros destruyen todo lo que conocemos, todo por lo que merece la pena vivir.

Y hoy no me da la gana de permitir eso. No quiero consentir que se rían más de mí, que destruyan mi mundo.

Sólo por hoy me gustaría olvidarme de todos los que sufren para encargarme de una vez por todas de los que hacen sufrir.

Hoy me saltaría a la torera todas las leyes humanas y divinas para terminar con esta lacra de la humanidad, sin importarme las consecuencias.

Siento mucho si estoy hablando de tu vecino o del mío, de tu padre o del mío; lo siento mucho, pero tampoco ellos se librarían de mi golpe mortal.

Hoy pienso que existen buenos y malos... y que los malos no deberían existir. Si por mí fuese, acabaría ahora mismo con todos ellos... hoy, antes de que me arrepienta.

Es lo que pienso hoy.

Mañana.... ya veremos.


viernes, 28 de mayo de 2010

Un hermoso sueño

Abro los ojos; de nuevo es el alborotador piar de los gorriones en la ventana el que me extrae del mundo de los sueños para devolverme al de las ilusiones. Al tiempo que me desperezo, pienso en lo alegres que se muestran todos estos pajarillos cada mañana, a juzgar por la algarabía con que me despiertan al amanecer; es como si todos los días celebrasen el nacimiento del sol por primera vez. O por última, quién sabe; quizás ellos lo sientan así y crean que hay motivos bien fundados para recibir cada día como si fuera uno especial; un día más de vida en este maravilloso y mágico lugar del Universo que nos ofrece gratuitamente todo cuanto necesitamos para ser dichosos. Concluyo diciéndome que igual hasta tienen razón.

Salgo al exterior. Una mañana preciosa; la ardiente esfera del sol ya empieza a emerger de las profundidades del basto océano que se abre ante mis ojos, allá por la difusa línea del horizonte, dándole a las pacíficas nubes ese extraño aspecto de brazas incandescentes que tanta curiosidad me suscitan cuando las observo.

Estiro un poco mis entumecidos músculos admirando la grandeza del paisaje con que el mundo me da la bienvenida, después de haberme refrescado en las tranquilas aguas del riachuelo junto al que habito. La frialdad del agua tensa mis músculos y me templa los nervios, aclara la mente y serena el espíritu. Ya estoy listo para afrontar un nuevo e impredecible día.

El ejercicio me ha abierto el apetito. Salgo al campo a ver lo que me ofrece hoy. En esta época del año se dan una uvas grandes como huevos de codorniz y tan dulces que más bien parecen néctar de los dioses; también encuentro algunas naranjas ya maduras que me tientan con un exuberante aspecto de estar bien repletas de jugoso zumo; después de tantos meses sin probarlas, me rindo ante el estimulante señuelo y cojo un par de ellas.

Tras un desayuno tan nutritivo, lo mejor es dar un buen paseo por el interior del bosque, antes de que la temperatura aumente y ahuyente la refrescante humedad de la noche. Me encanta este intenso olor a tierra mojada con que el rocío impregna el aire que respiro conforme van transcurriendo mis pasos entre la frondosidad de estos árboles. Pinos, robles, hallas, castaños, multitud de diferentes variedades de helechos, todos en su máximo esplendor y en perfecta armonía, conforman un espectáculo de lo más colorido y agradable a todos los sentidos. El alegre canto del ruiseñor, el incesante corretear de las laboriosas ardillas entre las ramas, el ulular de la suave brisa penetrando por cada resquicio de cada árbol, el persistente repiqueteo del pájaro carpintero desde lo más profundo del bosque, un ligero movimiento del algún avisado cervatillo oculto en la espesura, el hipnotizador murmullo del agua saltando sobre las piedras en la ribera del río...; mientras camino, abro al máximo mi instinto primitivo para captar y percibir en toda su pureza el más nimio detalle que la Naturaleza pone al alcance de mis sentidos. Al mismo tiempo, cierro mi mente a todos los pensamientos tóxicos y contaminados que puedan aparecer sin avisar previamente. No permito que nada enturbie esta correspondida relación de amor y respeto existente entre el bosque y yo.

De regreso, me cruzo con algunos vecinos a los que saludo amigablemente; nos tratamos poco, pero sé con seguridad que puedo contar con ellos cuando lo necesite. Por supuesto, también ellos saben que aquí estaré yo siempre que lo precisen. La presencia cercana de congéneres me da seguridad y confianza, sobretodo si no se inmiscuyen en mi intimidad ni intentan apoderarse sin necesidad de mi preciado tiempo.

De nuevo en la serenidad del hogar. Mi amigo el sol se encuentra ya en todo lo alto y calienta que da gusto. Va siendo hora de que me gane el sustento, así que agarro mi primitiva caña de pescar fabricada con madera de fresno y me dirijo al lugar acostumbrado; una gran piedra situada bajo la refrescante sombra de un centenario roble que crece a orillas del río, es el mejor lugar para hacer buenas capturas. De nuevo estas próvidas aguas vuelven a ser generosas conmigo y recompensan mi paciencia con un par de hermosas truchas, suficientes para un buen almuerzo. De regreso a casa me hago también con algunas granadas maduras que me encuentro por el camino. Hoy la comida será de lujo. No puedo olvidar tampoco recoger algo de forraje seco para encender la lumbre con la que cocinar el sabroso pescado.

No hay nada como un merecido descanso para digerir los alimentos ingeridos. La paja seca que cubre el tejado del chozo proporciona una frescura a la estancia que me permite conciliar un breve y reconfortante sueño.

El reparador reposo me ayuda a afrontar lo que resta de día con una mayor vitalidad y un vigor a prueba de bombas. La tarde se presenta cálida y serena, así que me dirijo hacia la cercana playa con paso resuelto y el ánimo desbordado. De camino me aprovisiono de la fruta fresca que me van ofreciendo gratuitamente los árboles que ante mí se presentan; la tarde será larga, y un tentempié nunca viene mal; además, la experiencia me dice que el agua de mar y el contacto de la fina arena bajo mis pies desnudos, forman una combinación perfecta para abrir el estómago a cualquier alimento que se le eche. Cargo también con los utensilios necesarios para fabricar algunos dardos con los que cazar conejos y pequeños venados; me van quedando pocos y, además, me servirá de distracción en esta apacible tarde.

Tumbado sobre la arena, con la piel aún húmeda y cubierta del saludable salitre, reflexiono profundamente contemplando el ancho y despejado cielo, mientras nuestra estrella amiga va tomando su camino de vuelta a casa, perdiendo intensidad y ardor conforme se acerca a las escarpadas cumbres que se levantan al otro lado del mundo, y tras las cuales terminará desapareciendo, cediendo su lugar por unas horas a su hermana menor, la luna. Pero antes de que eso ocurra aún tengo tiempo para pensar en lo afortunado que soy al pertenecer a una tierra que nunca me desampara y que me acoge en su seno desinteresadamente, a cambio sólo de un mínimo respeto y una juiciosa sumisión. Un precio insignificante frente al incomparable regalo de la vida.

Vuelvo a casa justo para presenciar de nuevo el inconmensurable espectáculo del cielo encendido en llamas sobre las altas montañas que se elevan en los confines de la tierra conocida. Por más que se reitere un día tras otro, nunca dejará de fascinarme.

Ceno algo ligero, que no me perturbe el necesario descanso nocturno, a la vez que contemplo la inmensidad del firmamento estrellado. Poco después, me meto en la cama con la mente tranquila y en calma, y el espíritu reposado y feliz dispuesto a sumergirme en un profundo y agradable letargo...

¡DESPIERTA, DESPIERTA! Sólo era un hermoso sueño.


viernes, 21 de mayo de 2010

Pensamiento positivo

Yo soy yo y mis circunstancias”, dijo el gran Ortega y Gasset.... Y yo le creí.

Hasta hace bien poco, cuando otra de esas grandes lecciones que nos tiene deparada la vida a la gente que siempre vivimos con el oído bien abierto y la mente alerta, me llegó de improviso, sin avisar. Entonces lo vi claro, como el reflejo de tu luz en la mirada; no podemos, ni debemos, permitir que sean las circunstancias ajenas a nuestra voluntad las que conformen nuestro ser... y de hecho, sólo está en nuestras manos el que así sea (o mejor dicho, en nuestra mente).

La clave es bien sencilla, y está al alcance de todos.

El secreto de la Felicidad, el ÚNICO e incuestionable, aquél tan buscado e investigado por todos los filósofos y pensadores de la antigüedad y del presente, se condensa en dos simples palabras: PENSAMIENTO POSITIVO.

Cualquiera que sea la circunstancia que azote nuestro bienestar diario, por desagradable que sea, puede ser amortiguada, e incluso superada, con la aplicación de la máxima contenida en estas dos palabras. Nada, absolutamente nada, hay que pueda contra este principio esencial.

Pero pongamos un par de ejemplos aclaratorios, para aquellas mentes menos receptivas. Cuando nos tomamos unas vacaciones de placer y viajamos a algún lugar paradisíaco, donde todo se nos ofrece con suma generosidad y somos colmados por toda clase de lujos y disfrutes, al regreso de las mismas estaremos algunos días, como mucho, algo apesadumbrados por la repentina vuelta a la rutina habiendo dejado atrás todo un aluvión de goces y deleites. Pero esta situación pasará pronto, ya que éramos conscientes de que sólo sería una realidad pasajera, estaba planeado el que terminara pronto y la recordaremos siempre con una sonrisa en la cara, dichosos por haber vivido algo así; miraremos las fotos tomadas y disfrutaremos con el recuerdo de todo lo acontecido durante el viaje. Era lo previsto.

Pues ahora imaginemos por un momento que esta circunstancia que nos depara la vida es algo impensable, inimaginable, algo no planeado ni deseado, un imprevisto que rompe todos nuestros esquemas y nos saca de nuestra cómoda vida para arrojarnos sin vacilación sobre otra realidad más dura e incomprensible. Por ejemplo, supongamos que perdemos para siempre a la persona que más queremos en este mundo. Concedámonos un mínimo de mal entendida humanidad y demos por bueno un prudencial tiempo de dolor y de duelo. ¿Y después qué? Podrían ocurrir dos cosas, o bien que nos quedemos anclados en la pérdida irrecuperable del ser amado, con lo que nuestra desdicha perduraría eternamente, o por el contrario, hiciésemos como en el ejemplo anterior del viaje, o sea, seguir con nuestra vida recordando los aspectos positivos de nuestra vida anterior con esa persona que ya no está, lo que disfrutamos juntos, todo lo que me ayudó a crecer, lo que aprendí de ella, dando gracias al cielo por haber tenido a mi lado a un ser humano capaz de hacerme tan feliz. La diferencia entre una forma u otra de actuar sólo radica en nuestro pensamiento.

Los dos ejemplos supuestos difieren en algo esencial, el primero consiste en una circunstancia pasajera y planeada por nosotros mismos, mientras que el segundo es algo totalmente imprevisto y difícil de comprender. Pero tanto uno como el otro nos cambia de una realidad atractiva y deseada a otra menos placentera y, en el segundo caso sobretodo, mucho más dolorosa.

La felicidad o la desdicha sólo está en nuestra mente, practicar con asiduidad la sana costumbre del pensamiento positivo hará que nuestras vidas sean mucho más placenteras y felices.

Resumiendo podríamos decir que mientras nuestros pulmones contengan algo de aliento y circule un mínimo de sangre por nuestro cerebro, podremos ser felices, independientemente de las circunstancias que en determinado momento intenten tirar por la borda nuestro proyecto de vida.

Sé que a veces no es fácil, pero por favor, hagan la prueba, conviertan el pensamiento positivo en un hábito y sus vidas cambiarán por completo, nada habrá que pueda enturbiarlas. Comprueben de primera mano el inconmensurable poder de nuestras mentes, capaces de convertir por sí mismas una situación de lo más traumática en otra mucho más llevadera, e incluso agradable.

Es casi el único consejo que puedo dar del que estoy seguro que no me arrepentiré.


viernes, 14 de mayo de 2010

Todos contra la Verdad

Firmó la carta recién escrita con un beso enjugado en lágrimas. Dobló la hoja pulcramente y la dejó sobre el escritorio como si se tratase de fina porcelana. Seguidamente, con parsimonia pero sin vacilación, se dirigió a la ventana que tenía más próxima; la abrió y saltó al vacío perdiéndose para siempre en el abismo de la oscuridad.

DIABLO: Estupendo, otra alma atormentada a la que torturar.

DIOS: ¿Estás loco? Ese es un alma pura, me pertenece.

DIABLO: Pero se ha suicidado, ¿no? Tú eres el que pones las reglas, atente a las consecuencias.

DIOS: Si yo pongo las reglas, también me las puedo saltar. Se ha quitado la vida, sí, pero ha sido por amor.

DIABLO: Ha sido por amor, ha sido por amor... ¡Idioteces! Un suicida es un suicida, así que me lo llevo.

DIOS: Por encima de mi cadáver lo hundirás en tus tinieblas. Un ser capaz de amar así merece una eternidad en paz y libre de cargas. No dejaré que lo sometas a las penalidades con las que tanto disfrutas.

DIABLO: ¿Por qué? Qué diferencia a éste del resto.

DIOS: Ya te lo he dicho, un amante así no puede ser responsable de sus actos. El Amor incontrolable lo ha impulsado a saltar.

AMOR: ¡Ya está bien! Estoy harto de que se me responsabilice de tanta locura. Yo sólo proveo al mundo de esperanza y de buenos deseos, ¿a qué viene culparme de tantas desgracias?

REALIDAD: ¿Buenos deseos? ¿Desde cuándo un deseo es bueno?

DIABLO: Cuidado con hablar mal de los deseos; ellos son mis herramientas, mi arma más poderosa. Gracias a los deseos mi reino crece cada anochecer como la mala hierba en primavera.

DIOS: No dices más que necedades, cornudo harapiento. El deseo también impulsa al mundo a hacer el bien y, entre ellos, el Amor es el más justo y honesto de todos, así que un respeto.

ODIO: ¡Ja! Justo y honesto... Todo el mundo sabe que entre mi hermano el Amor y yo hay un solo paso. Yo sacio mi irrefrenable apetito con toneladas de amor todos los días que me hacen crecer, hacerme fuerte y extenderme por cuanto ha sido creado por ti.

APARIENCIA: ¿Pero de qué estás hablando? No entiendo nada. ¿Cómo se puede hablar así de algo tan bello y noble como el Amor? El Amor es todo inocencia; por donde él pasa, florece la amistad, la sencillez,...

REALIDAD: Será mejor que te calles ya; no estás diciendo más que estupideces. ¿Cómo puedes saber tú lo que es el Amor si nunca has dormido en su regazo?

APARIENCIA: ¿Cómo te atreves? Yo soy toda amor. Amo el sol cuando aparece por el horizonte, a las flores que esparcen su fragancia al viento, amo al cielo que nos cobija y a la tierra que nos protege. Yo amo a la vida.

LA VIDA: ¡Eh, eh! Vale ya, ahí te has pasado. No te conozco de nada para que te tomes esas libertades, ¿vale?

LA MUERTE: Saltó la lista, la que se cree mejor que nadie. No deberías de hablarle así a nadie que te hable de amor. Tu belleza te ha nublado la razón impidiéndote distinguir la maldad de la bondad.

LA VIDA: Cuidado con lo que dices, bellaca. Nadie te ha dado vela en este entierro.

REALIDAD: En eso te equivocas. Si alguien debe de estar presente en un entierro, esa es la Muerte.

FE: Estoy de acuerdo con la Vida, estaría mejor callada. Ella es la maldad personificada, arrasa con todo a su paso, no nos tiene ningún respeto a los demás.

LA MUERTE: ¡Calla, necia! ¿Qué sabrás tú? Yo sólo llevo calma y serenidad allá donde reina el caos y la anarquía; soy el descanso del guerrero y el lecho del amante.

DIOS: Que se lo digan a ese pobre al que se lo has arrebatado todo.

LA MUERTE: Te equivocas. Él vino a mí, buscando la paz que no pudo encontrar en brazos de la Vida. Mi bondad me impide rechazar una llamada de socorro.

ESPERANZA: Hipócrita deslenguada. Tú pones fin a todo; incluso acabas conmigo, que soy la última en abandonar.

DIABLO: ¿El fin o el principio?. No deberías pronunciar palabras tan precipitadas con el escaso conocimiento que posees sobre las grandes verdades.

DIOS: ¡Calla, insensato! No te atrevas a revelar los arcanos ocultos que nos confieren el poder.

REALIDAD: ¡Ja! Me río yo de vuestro poder.

DIOS: ¿Acaso te atreves a negar la enorme influencia que tenemos en los devenires de la historia? ¿Quién hay en el universo que nos aventaje en poder?

REALIDAD: No fanfarronees; sabéis de sobra que vuestro poder se sustenta en una falacia. Tan sólo sois un concepto en la mente de millones de personas.

DIOS: ¿Y bien? ¿Acaso eso importa? Sólo cuenta la influencia y el poder, la presencia es lo de menos.

IGNORANCIA: Callaos ya todos, por favor. Me estáis dando dolor de cabeza. Sois todos unos ignorantes, no tenéis ni idea de cómo funcionan las cosas.

APARIENCIA: Y supongo que tú nos lo vas a decir, ¿me equivoco?

IGNORANCIA: Sería inútil; no comprenderíais nada. La verdad, sin ningún lugar a dudas, es que esa pobre criatura inocente ha saltado al vacío porque era un gilipollas, un completo imbécil. Y no hay más que hablar. Una persona inteligente no se quita la vida ni por Amor ni por Odio ni por nada. Nadie le ha empujado, ni Dios ni el Diablo, con todo su poder, y ni la Esperanza ni la Fe han podido salvarlo de su estupidez. Él solito, en su ignorancia, ha forjado su insulso destino vacío de significado.

ODIO: Te equivocas. Yo he sido el que le induje a hacerlo, porque sólo yo soy capaz de llevar al hombre a cometer semejantes locuras. Mi poder sí que es inconmensurable. Nada se salva por donde yo piso; todos deberíais rendiros ante mí.

LA MUERTE: Nunca había oído tantas tonterías juntas. ¿Acaso piensas, obtuso incompetente, que ese hombre viviría para siempre de no ser por tu torpe intervención? Yo represento el destino de toda vida, nada escapa a mi poder. Da igual que ame o que odie o que tenga fe o esperanza. Al final todos vendrán a mí de una forma u otra, y yo los acogeré gustosamente sean creyentes o ateos, lerdos o brillantes, realistas o idealistas. Yo soy la única verdad.

AMOR: Pero olvidas algo muy importante; yo soy capaz de trascender tu amarga frontera. Un amante siempre dejará durante su vida un reguero de recuerdos que lo mantendrán vivo durante toda la eternidad. El que ha amado de verdad vivirá para siempre en los corazones de sus congéneres. Ese es un poder al que tú nunca podrás vencer.

TIEMPO: Perdón por la intromisión, pero me parece que ahora eres tú la que te olvidas de algo crucial. Esa memoria de la que hablas tiene poco de eterna, ya que lo eterno es sólo una invención humana, una ilusión, no existe nada eterno. Tienes razón en que el recuerdo sobrepasa la barrera de la Muerte, pero nunca podrá saltar el yugo que yo les impongo. Tarde o temprano, mi poder caerá sobre toda memoria resucitada, ya sea la de un amante o la de un verdugo. Todos ceden ante mí, y este es un poder que nada ni nadie podrá nunca transgredir.

DIOS: ¿Nunca, dices? O sea que ya hay algo eterno, ¿no? Es normal, la prepotencia siempre conduce a la contradicción. Pero no te preocupes, soy un dios benévolo y no tendré en cuenta tu insolencia.

LA VIDA: ¡Vale ya! Estoy harta de que me ignoréis. Todos sabéis que sin mí nada de lo que estáis hablando tendría sentido. Yo lo soy todo; soy lo más grande, el bien más preciado, el mayor don que existe bajo las estrellas. Soy la que le da sentido a todo, sin mi existencia ninguno de vosotros tendríais presencia.

REALIDAD: Habla por ti, engreída petulante. Algunas ya existíamos antes de tu innecesaria aparición.

LA MUERTE: Déjala. Sólo es una presumida. Bien sabe que sin mí se convertiría en el peor de los males surgidos en este universo.

EL MIEDO: ¡Me niego a quedarme callado tras escuchar semejante falacia! Tú sí que eres la peste de este universo, ¿cómo te atreves a hablar así?

LA MUERTE: Sin duda que estabas mejor callado. Piénsalo bien, necio; ¿qué ocurre cuándo el inevitable arrabal de senectud torna en gravezas cada uno de los supuestos bienes que la Vida concede? Yo soy el único consuelo del que ve impotente ante sus ojos como le arrebatan todo lo que anteriormente se le ofrecía, supuestamente, sin pago alguno. Como ya he dicho anteriormente, ese pobre desgraciado está mejor ahora que cuando sufría en el desamparo de la Vida. Me eligió libremente.

REALIDAD: ¿Libremente? Ahora eres tú la que pronuncias palabras vacías. La libertad tan sólo está presente en las almas que conservan la razón pura y exenta de pensamientos tóxicos, como los que siembran el Amor, el Odio, los prejuicios, el Miedo, la Fe o la Esperanza.

EL MIEDO: ¡Cuidado con lo que dices, listilla! Gracias a mí la Vida se abre camino; yo soy el que la dota de sentido común y la conduce por caminos seguros y libres de peligros.

DIABLO: ¡Di que sí! Entre tú y yo podemos dominar el mundo, cuenta conmigo para lo que quieras.

ESPERANZA: Vuestra alianza es una maldición para la humanidad. ¿Es que no tienes nada que decir, Dios? Pensaba que serías más intolerante con semejantes insurrecciones.

DIOS: Déjales que hablen. Sólo son palabras. Ellos saben que no tienen nada que hacer contra nosotros dos.

FE: ¡Ejem, ejem! ¿No te olvidas de nadie? Acaso ya no recuerdas que todo tu poder se sustenta sobre mis hombros. Desagradecido.

DIOS: Te pido disculpas, tienes toda la razón, ya sabes que soy un poco despistado. Rectifico, contra nosotros tres, nada tienen que hacer el Diablo y el Miedo.

IGNORANCIA: Pues los tres os equivocáis, me temo. Dices que sólo son palabras, pero no tienes en cuenta que las palabras lo son todo, los humanos construyen su mundo con ellas. Para mí, por ejemplo, lo son todo.

REALIDAD: Pues vaya ejemplo.

APARIENCIA: La Ignorancia tiene razón. Las palabras son el único artificio por el que se guía la mayoría de los humanos. No se les puede quitar importancia.

TIEMPO: No deberíais preocuparos por ese pequeño contratiempo. Yo me encargo de poner siempre a cada cual en su sitio. Las palabras son solo eso, palabras, y nada pueden hacer contra el ciclón devastador al que yo represento.

AMOR: Pudiera ser que llevases razón, pero no es menos cierto que sueles llegar tarde en la mayoría de las ocasiones, es decir, cuando ya el mal está hecho.

TIEMPO: ¡Bobadas! Eso lo dices porque eres incapaz de ver más allá de tu propia nariz. Mi visión de las cosas es mucho más profunda y certera.

IGNORANCIA: ¡Bah! Eso no son más que tonterías. Lo que realmente cuenta es el aquí y el ahora, lo dicen todos los expertos...

REALIDAD: ¿Expertos en qué?

IGNORANCIA: ¡Calla, no me interrumpas! El pasado y el futuro no existen, todo el mundo lo sabe. Lo que está ocurriendo en este preciso instante es lo único importante.

REALIDAD: ¡Cuánta sabiduría!

TIEMPO: Algún día también acabaré contigo, Ignorancia, y entonces seré yo el que me ría.

DIOS: No seas tú tan listo. Ten cuidado con quien amenazas.

TIEMPO: Perdón; olvidaba que todos viajáis en el mismo barco.

ESPERANZA: No todos; ya sabes que yo estoy contigo.

REALIDAD: Vaya aliado. Estamos salvados.

LA VERDAD: Bien, creo que ya he escuchado suficiente. Esta discusión se está alargando demasiado y vais a acabar aburriendo a todos los lectores, así que me vais a permitir ponerle fin.

TODOS: ¡Buuuu, fuera, vete de aquí, nadie te quiere, no nos interesa nada de lo que digas,...!

LA VERDAD: ¡Basta ya! Me vais a oír aunque no os guste. Hacéis mal en discutir, ya que todos os complementáis y nada haríais los unos sin los otros. Dios y el Diablo, el Amor con el Odio, la Muerte y la Vida, la Apariencia, la Realidad y la Ignorancia,.... cada uno engendra al otro y viceversa. Fe, Esperanza y Tiempo no son más que tres nombres distintos para la misma ilusión. Y tú, Miedo, ¿qué decir de ti? Cuando dejaste de ser útil te convertiste en la peor de las pesadillas. Así que mejor haríais en callaros todos y dejar de confundir a la pobre gente.

REALIDAD: ¿Acaso tú podrías decirnos, ya que todo lo sabes, qué fue lo que impulsó a ese joven a saltar por la ventana? Y, en tal caso, ¿podrías haberlo evitado?

LA VERDAD: ¿Evitar qué? ¿De qué joven hablas? En ningún momento leí que se tratase de un joven. Todo esto no es más que una burda historia surgida de la incomprensible y temible imaginación del tipejo este tan raro que está escribiendo, así que basta ya de chorradas y dedíquense a cosas más importantes.