sábado, 3 de abril de 2010

Ego


Y llegó el caos, la desolación total, las puertas del abismo se abrieron y la caída fue imparable y estrepitosa. Mente andaba totalmente perdida, no distinguía sueño de realidad, la verdad terminó difuminándose entre ilusiones y fantasías, los recuerdos se tornaron inútiles, como vacíos de contenido. Mientras, Alma vagaba sin esperanzas en un espacio eterno e infinito, flotando en la desolación de saberse olvidada, o peor aún, creyéndose no deseada.
La batalla parecía haber concluido, y el enemigo victorioso, encumbrado en su poder, campaba a sus anchas por doquier; aquel enemigo invisible y omnipotente que poco a poco, lenta, pero inexorablemente, supo instalarse en las más altas estancias que gobernaban la totalidad del Reino, pensando que ya no habría quien lo derribase de allí, quien le arrebatase el mando absoluto de la nave.
Ya nada volvería a ser lo que fue... al menos eso es lo que todos pensaban.
Pero jamás se puede dar una batalla por concluida mientras el impávido tiempo continúe su caminar inalterable hacia delante... siempre hacia delante.
Y así fue como hizo acto de presencia alguien a quien nadie esperaba. Nadie contaba con él porque a todos les era desconocido, a pesar de haber estado siempre ahí, oculto en la sombra, creciendo, haciéndose fuerte, esperando el momento preciso para saltar al ruedo. La paciencia es la virtud por excelencia de nuestro héroe: Espíritu.
–¿Quién eres? –quiso saber Mente–. ¿Por qué vienes ahora a complicarlo todo? Acaso no ves que estamos bien, vete de aquí, no te necesitamos. Ahora todo está tranquilo.
–No me iré sin antes devolverte la luz –contestó Espíritu.
–¿Dónde estabas? Te eché de menos –dijo Alma, interrumpiendo así su letargo, al oír aquella voz que creyó reconocer de un pasado muy lejano y apenas perceptible.
–Nunca me fui, siempre he estado con vosotros, sólo que era débil, jamás sospeché que tendría que vérmelas con un enemigo tan fiero y voraz, y admito que me asustó, por eso me recluí lejos, muy dentro, donde no podría hacerme daño. Lo necesitaba, sólo así he podido fortalecerme, adiestrarme para la lucha, ya que ésta será dura, no habrá cuartel.
–Pero de qué lucha hablas, qué estáis confabulando –insistió Mente–. No permitiré que interfiráis en mi felicidad. Me ha costado mucho obtenerla. Largaos los dos, ya no os necesito.
–No le escuches, está poseído –advirtió Alma–. Pensé que incluso acabaría conmigo, tuve que desaparecer de su vista.
–Lo sé, no te preocupes, yo volveré a reconciliaros. Libraré a Mente de la oscuridad que la atenaza y tú, Alma, amiga, podrás volar libre de nuevo, como antaño, ¿recuerdas?
–Lo cierto es que ya casi no recuerdo nada del pasado, el enemigo es demasiado poderoso, más de lo que imaginas, a pesar de que he tratado de alejarme, de parecer indiferente, no lo he conseguido, y poco a poco ha ido apoderándose se mí, golpeándome sin compasión hasta conseguir dejarme sin sentido; creí morir, peor aún, desaparecer. No me pidas retroceder en el tiempo, ya no me quedan fuerzas.
–Llorica presuntuosa, ¿quién te has creído que eres? –volvió a protestar Mente–. Tú no eres nadie, no eres nada, debí acabar contigo hace mucho. Recuerda que aún puedo hacerte desaparecer cuando quiera.
–No le hagas caso –trató de tranquilizarla Espíritu–. No es ella la que habla, ni siquiera sabe lo que dice y mucho menos es capaz de hacer nada de lo que cree.
–Sí, ya estoy acostumbrada a su mala educación. Pero dime, cómo vas a vencer a un enemigo al que nadie conoce, que nadie sabe cómo actúa, ni dónde. Un enemigo con tantas máscaras, capaz de transformarse incluso en ti mismo, cómo se puede derrotar a alguien así.
–¿Qué crees que he estado haciendo mientras permanecía en las sombras? –respondió Espíritu–. Lo he buscado incansablemente, he estudiado sus movimientos, lo he seguido desde la distancia.... ahora sé quien es, lo he desenmascarado, conozco su identidad y ya no puede escapárseme.
–Pero cómo... ¿De quién se trata? –quiso conocer Alma.
–Su nombre es Ego –respondió Espíritu con solemnidad.
–¿Ego? De qué hablas, estás desvariando –increpó Mente–. No existe nadie llamado así, a mí no me engañas con tus patrañas.

Pero al tiempo que pronunciaba estas palabras, en el rostro de Mente apareció un atisbo de duda que no pudo disimular... de duda o quizás de miedo.
Espíritu no tardó en reanudar el combate, sabía que su adversario no se lo pondría fácil, tenía demasiadas armas con las que contraatacar. El valor era una y otra vez aniquilado por el incansable miedo; si empuñaba la esperanza, Ego se defendía con el pesimismo; cuando Espíritu blandía la fe, su enemigo lo atajaba con el escepticismo; ante la caridad, la ira se crecía; la justicia era golpeada constantemente por la sinrazón, la sabiduría poco o nada podía hacer contra la infinita ignorancia ni la apática indiferencia y el odio aparecía como un escudo de acero contra la bondad y la solidaridad. Pero Espíritu no se rendía, muy al contrario se hacía más fuerte conforme luchaba, porque esa era su condición. De esta manera, el tiempo estaba a su favor, conforme se sucedían los combates Ego iba perdiendo poder, agotando sus energías, sus ataques se hacían más débiles y esporádicos.
Por fin Alma fue recobrando su confianza perdida y Mente logró de nuevo atisbar algo de luz; al principio sólo por momentos puntuales, pero con el tiempo fue aumentando su libertad y lucidez hasta llegar a distinguir al enemigo que la atenazó durante tanto tiempo cuando éste se acercaba amenazando de nuevo su integridad, siendo capaz ahora de oponerle resistencia. La realidad fue abriéndose camino y la verdad resurgió de sus cenizas esparcidas al viento.
Espíritu nunca bajaría la guardia, porque si algo sabía de cierto de su enemigo es que éste era invencible, inmortal, de ahí que no pretendiese nunca su muerte y desaparición, sabía que debía conformarse con derribarlo una y otra vez cada vez que asomase la cabeza. Este conocimiento no le hacía palidecer, ni caer en la desesperanza, porque sabía que en la lucha residía su propia fuerza, su existencia, así que simplemente se limitaba a resistir.

–¿Qué ocurrirá si algún día Ego termina por destruirte? –preguntaron con preocupación Mente y Alma.
–Podéis relajaros –dijo Espíritu con tranquilidad–, cuento con una gran ventaja: mi fuerza puede mantenerse o aumentar, pero nunca disminuir. Y además, ahora que ya os he mostrado el rostro del enemigo, que ya lo conocéis, no estoy solo en la batalla.



3 comentarios:

Ricardo Mena dijo...

Interesante y difícil ejercicio el de volverse un expectador de los pensamientos sin que la mente nos domine, pero me alegro de que la vida me haya regalado la posibilidad de ese aprendizaje.
Ya no me dejo amedrentar tan fácil/mente.

Saludos

Dani7 dijo...

Vaya forma de pensar y hacer pensar tienes Pedro, vaya profundidad de tus personajes.

Te voy a tener que mandar a la conciencia de mi Manuel a ver si la domesticas.

Alucino con tus escritos, celebro que hayas decidido ponerlos de nuevo en tu blog.

Un abrazo

Carmen dijo...

Tus historias con protragonistas intangibles son geniales, te lo digo en serio, me recordó a otras que he leído y escuchado de ti. Cada día estoy más segura de que el personaje sabio de Metnok estaba inspirado en ti.